Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1700
Legislatura: 1901-1902 (Cortes de 1901 a 1903)
Sesión: 29 de noviembre de 1901
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 73, 1973-1976
Tema: Interpelación del Sr. Robert acerca de la conducta de las autoridades de Barcelona en las últimas elecciones de Diputados a Cortes

El Sr. PRESIDENTE: El Sr. Presidente del Consejo de Ministros tiene la palabra.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Señores Diputados, tengo tan arraigado en mi corazón el sentimiento de amor a la Patria, que verdaderamente no concibo, y me parece imposible, que aquí, en pleno Parlamento, estemos discurriendo un día y otro día sobre si hay muchos o pocos o algunos catalanes que quieren mermar la soberanía de la Nación, ya que no desprenderse por completo de ella, pidiendo y proclamando, unos autonomías irrealizables, otros independencias imposibles y algunos, lo que es peor todavía, anexiones vergonzosas. (Muy bien.) Pero esto que parecía imposible siempre, me parecía más imposible ahora que la Patria está en desgracia y convaleciente todavía de las heridas sufridas por los últimos desastres.

Y, sin embargo, la verdad es, que por imposible que me parezca esto, y le parezca también al Sr. Romero Robledo, y nos parezca a todos los que somos buenos españoles; la verdad, es repito, que es un hecho, y que la brutalidad de los hechos me obliga a mi también, con mucha pena, a discurrir sobre asunto tan desdichado.

Existe, es verdad, este mal, que a los buenos españoles nos parecía imposible; existe mal. En mayor o menor escala; pero ya que desgraciadamente existe, pongamos todos cuidado en no darle mayores proporciones de aquellas que realmente tiene, que, por pequeñas que sean, han de parecernos muy grandes a los buenos patriotas.

En este sentido, mis primeras palabras van a tender a atenuar algunos conceptos emitidos en este debate, cuya exageración me parece tan grande como peligrosa. Porque no se puede admitir, en manera alguna, que el separatismo haya invadido en Barcelona la Universidad, el Ateneo, el clero, la aristocracia, la banca, las Sociedades intelectuales, las clases productoras, todos los elementos de producción, de influencia y de valor que encierra aquella hermosa ciudad.

No; esto es imposible; esto no puede ser (Aprobación); porque, además, si esto fuera posible, si esto fuera exacto, si el separatismo hubiera invadido con esa intensidad, con esa extensión, todo elemento de valer, ¡ah¡, entonces ya no bastaría para atajarlo la serie de medidas que aquí se discuten, medidas administrativas, económicas y políticas de todo género; ya no bastarían esas medidas, ya no estaríamos enfrente de un problema a resolver; estaríamos enfrente de una gran conflagración, y no habría que pensar más que en la represión y en la violencia; porque España, cualquiera que sea su estado, ni ahora ni nunca permitirá que se la arranquen impunemente pedazos de su carne y fibras de su corazón. (Aplausos.)

No, Sres. Diputados, y mil veces no; no hemos llegado a tan terrible extremo, y yo espero que no llegaremos jamás; a no ser que la parte sensata de Cataluña que es la inmensa mayoría, se inficione en esa atmósfera malsana creada por algunos elementos maleantes, y que además todos perdamos el juicio.

El catalanismo es, en efecto, muy antiguo; pero no tuvo importancia realmente hasta hace algunos años, que tomó gran vuelo y adquirió carácter de colectividad por razones y causas que no he de explicar en este momento, porque no hacen al caso, pero que no tienen nada que ver con nuestras derrotas en la guerra hispano-americana, como indicaba el Sr. Silvela. ¡Menguada idea de la hidalguía, de la nobleza, de la gratitud y del patriotismo, tendría la gran ciudad de Barcelona, si fuera a medir su amor o su desvío hacia la Nación por las derrotas o las victorias que pudiera conseguir! No, las familias nobles, como los pueblos viriles, se unen ante la desgracia mejor que ante la victoria, y así lo ha demostrado siempre Cataluña; porque los catalanes han estado tanto más unidos a España, y la han demostrado tanto más su amor, cuanto mayores han sido los conflictos en que España se ha visto envuelta y mayores las dificultades que tenía que resolver.

No podía suceder de otra manera; porque, señores Diputados, en el Estado, en la Iglesia, en la milicia, en la Administración, en todas las manifestaciones de la gobernación del Estado y en todas las esferas sociales, los catalanes tienen, como los demás españoles, pero yo creo que en mayor proporción que los demás, la debida representación; y los Ministros catalanes, y los Obispos catalanes, y los generales catalanes, y los magistrados catalanes, y los altos y pequeños funcionarios catalanes, naturalmente, han de sentir las palpitaciones de la Patria que sirven, y han de unirse a su dolor y desgracia, y han de considerar como suyas las desventuras del país, a cuya suerte tienen ligadas su suerte y la de sus familias: y la ciudad de Barcelona daría pruebas de insigne ingratitud si hubiera de medir sus adhesiones a España por los éxitos que ésta obtuviere, y si hubiera de separarse de ella en la desgracia, después, de haber estado unida para prosperar y para enriquecerse más que ha prosperado y se ha enriquecido pueblo ninguna de Europa en estos últimos veinte años.

Voy a decir una cosa que parece paradójica, pero que tiene una demostración clara y evidente. No sólo Barcelona ha prosperado más que ningún pueblo de Europa, claro está que más que todos los pueblos del Mediterráneo, sino que ha prosperado más unida a España que hubiera prosperado unida a otra Nación más rica y más poderosa. Esto, que pare-[1973] ce una paradoja, tiene, como he dicho, una demostración facilísima. Barcelona es ciudad mediterránea, como lo es Marsella. Marsella está, en mi concepto, más favorablemente situada, bajo el punto de vista marítimo, que Barcelona, y Marsella pertenece a una Nación rica y poderosa. Pues Marsella hace veinte años era muy superior a Barcelona, era más grande que Barcelona, estaba más embellecida y era más rica que Barcelona; pero en estos últimos veinte años, Marsella, unida a una Nación rica y poderosa más grande y más rica que España, se ha quedado muy atrás respecto de Barcelona, y Barcelona, en estos últimos veinte años, se ha hecho mucho más poderosa y más rica que Marsella. ¿Sabéis por qué? Conviene decirlo, porque en la misma Barcelona se ignora, porque no se le dice, cómo Barcelona y cómo Cataluña están unidas a las demás provincias de España; porque en la misma Barcelona se ignora, y se ignora en Cataluña, cómo han sido tratadas Barcelona y Cataluña por las demás provincias de España; porque en la misma Barcelona no se hacen cargo de que la prosperidad de Barcelona está unida a la prosperidad de las provincias sus hermanas; porque no sabe Barcelona todavía que la lluvia de agua que fertiliza los campos en Castilla, en Extremadura, en Galicia, se convierte en Barcelona en lluvia de oro (Muy bien), que mueve sus máquinas, que fomenta su industria, que aumenta su población, que enriquece a sus habitantes. (Grandes aplausos.)

Pues bien, Sres. Diputados, provincias que así viven; provincias que de esa manera tienen ligados sus intereses y tienen unida su suerte; provincias cada una de las cuales puede medir su prosperidad por la prosperidad de las demás? ¡ah! no pueden separarse jamás; la separación de cualquier de ellas sería la muerte de la provincia que se separase de sus hermanas. No tenía, pues, razón el Sr. Silvela para atribuir el crecimiento que haya tomado el catalanismo a las desgracias de España. Ya ve S.S. cómo estaba equivocado al creer que yo iba a hacer otra clase de argumentos contra S.S. No; me basta con éste.

En otro error incurría el Sr. Maura, que ha dado al debate un giro muy distinto del que tenía, porque este debate se había iniciado en mi concepto para examinar y estudiar bien el catalanismo y para ver de buscar el remedio; pero el Sr. Maura no se ha contentado con esto, sino que ha querido convertir esta cuestión en cuestión eminentemente política, atribuyendo al Gobierno la culpa de que el catalanismo haya tomado cierto incremento. Su señoría no ha estado en lo firme; yo no quiero seguir a S.S. en el discurso, brillante como todos los suyos, que hoy ha pronunciado, primero porque no estoy en ánimo de pelear, y segundo porque en ningún caso me parecería bien hacerlo con motivo del catalanismo; pero sí he de decir, que está tan equivocado S.S., que cuando el catalanismo tomó el más grande incremento, pues no lo ha tenido nunca mayor que en las bases que se proclamaron en 1892, que son las bases que S.S. ha examinado, en ese tiempo, S.S. era tan pecador como yo, porque S.S. y yo pertenecíamos al mismo partido, al que S.S. ahora trata tan desconsideradamente. (Aprobación en la mayoría.) Por consiguiente, ¡qué tiene que ver la tendencia catalanista, ni el catalanismo con el Gobierno actual, ni con los partidos que S.S., combate hoy tan duramente!

No; además había una ofensa para las demás provincias cuando S.S. suponía que la tendencia catalanista palpitaba en todas las provincias de España, por odio, por espíritu de separación del Poder público y por oposición a los partidos gobernantes. No; esa es una ofensa para las demás provincias españolas; porque podrá haber alguna que sufra y que padezca malestar; pero jamás esas provincias, ni las de Andalucía, ni las castellanas, ni ninguna otra, han renegado de su país, cualquier que haya sido su posición respecto del Gobierno central.

Otra apreciación ha hecho S.S., que, sin ánimo de combatirla, no la debo dejar pasar inadvertida; la apreciación que S.S. ha hecho el otro día, y que ha repetido hoy, es la siguiente: Se está haciendo ahora con Barcelona lo que se hizo con Cuba y Puerto Rico, y, los mismos medios aplicados, han de traer las mismas consecuencias. No, Sr. Maura; nada tienen que ver Barcelona y Cataluña, pedazo de nuestra Península (El Sr. Maura: Ya lo he dicho), con Cuba y Puerto Rico, separadas de nosotros miles de leguas por el mar y más próximas que a nosotros a un pueblo ambicioso como los Estados Unidos, que soplaba constantemente al oído de aquellas colonias que América es para los americanos. No tiene que ver Barcelona y Cataluña, pedazo de nuestra Península, con aquellas lejanas colonias, y que, como todas las colonias, por ley histórica, llega un momento en que se declaran mayores de edad, así que se consideran a la altura de la metrópoli que les dio su civilización, su ser y su vida.

Por consiguiente, no tenga el Sr. Maura cuidado; no se hace con Cataluña y con Barcelona lo que se hizo con Cuba y con Puerto Rico, ni aunque se hicieran y se emplearan los mismos medios daría los mismos resultados. No, y mil veces no.

El catalanismo ofrece significados distintos en la misma Cataluña. Para unos es el separatismo sin ambages, sin rodeos, sin intermedios; para otros es la autonomía de Cataluña, bajo el Estado español o bajo la soberanía mermada del Estado español. Del catalanismo, que significa separación, no hay para qué hablar; ya he dicho en otras ocasiones que el partido liberal está dispuesto a combatir tan criminal tendencia en todo momento, a toda costa, sin tregua ni descanso, con todos los medios de que pueda disponer y con todas las fuerzas que pueda utilizar. (Muy bien.) Sí; todo cuanto se haga contra tan criminal tendencia para ahogarla en su origen, será poco, porque se fortalecerá con ello la integridad de la Nación, único terreno en que pueden fortificarse los cimientos de nuestras libertades y en que puede levantarse inexpugnable el alcázar de nuestra santa independencia. (Muy bien.) Con ese catalanismo o con ese regionalismo, no hay que tratar.

Ya he dicho, además, otras veces, hablando del regionalismo, que en España no hay regiones, no hay más que provincias, que pueden obtener toda la descentralización, toda la libertad necesaria para resolver los asuntos y para administrar los intereses que les sean peculiares, sin más intervención del Poder central que aquella indispensable para el cumplimiento de las leyes generales del país. No hay necesidad, pues, de apelar al regionalismo, con todas sus consecuencias o exigencias deplorables de auto-[1974] nomía primero, de independencia después, de separación por último.

Con los que piensan que el catalanismo es el separatismo, no ya este Gobierno, ningún Gobierno español puede discutir ni tratar sino por medio de los tribunales, cuando traten de convertir en hechos sus malvados propósitos. (Muy bien)

El catalanismo, que significa autonomía completa en lo administrativo, en lo político, en lo económico, en todo, bajo una soberanía irrisoria del Estado español, desconsiderado y empequeñecido, que es lo que resultaría de ese programa de Manresa, la más exagerada expresión de estos alardes del catalanismo, yo no diré que sea criminal. No; lo que digo es, que es tan odioso, tan repugnante, tan depresivo para España, tan contrario a los intereses de las demás provincias españolas y de las mismas provincias catalanas (quizá más perjudicial para éstas que para las demás), que está tan fuera de la realidad, que es tan expuesto a la competencia, al choque, al motín y hasta a la guerra civil, que no hay Gobierno alguno que pueda tratar con los autores de ese programa, mientras no modifiquen sus locas pretensiones y mientras no limiten su aspiración a lo justo, a lo útil, a lo razonable, a lo conveniente para España, o sea para Cataluña y para las demás provincias. (Muy bien - Aplausos)

Claro está que me han ahorrado mucho camino, y lo agradezco no sólo por mí, sino por vosotros, dada la hora en que os estoy molestando, los señores Romero Robledo, Maura y todos los demás oradores que han discutido, con la energía y con la brillantez con que lo han hecho, las bases de Manresa. No he de decir yo ni una palabra más sobre esto; primero, porque no las podría encontrar tan brillantes y tan oportunas como las que ha oído el Congreso; y segundo, porque sería repetir lo ya dicho. Pero sí he de llamar la atención de los catalanistas sobre el error en que están de suponer que ellos aspiran a constituir una nacionalidad como la alemana. Ya el Sr. Romero Robledo les ha seguido Alemania. ¿Qué tiene que ver la confederación alemana con lo que pretenden los catalanistas? Alemania es fuerte, es poderosa, pero es fuerte y es poderosa porque varios Estados antiguos, ya constituidos, organizados, soberanos, se han unido para constituir una Patria común, grande, respetable, que al igual cobije a todos y a todos defienda, o sea la Patria alemana. Y vosotros queréis fabricar artificialmente la Patria catalana en el Estado español a costa de la gran Patria española. ¿Qué tiene que ver, repito, la confederación de Estados soberanos con la confederación artificial, y contra naturaleza, de pedazos de un territorio de la misma Nación?

Así sucede una cosa singular.

Los Estados soberanos que constituyen la confederación germánica se llaman Estados de la Patria alemana, y el catalanismo tiene la pretensión de ser y llamarse patria catalana en el Estado español. No; no encontraréis ningún país que haya hecho lo que vosotros pretendéis hacer y lo que vosotros aquí habéis proclamado.

Pero, ¿es que el catalanismo tiene gran influencia en Cataluña? ¿Es que el catalanismo es Cataluña? ¿Es que los catalanes son catalanistas? No; nada de eso. La inmensa mayoría de Cataluña es española, tan española como la provincia que lo pueda ser más, si es que alguna provincia pudiera serlo más que otras.

La inmensa mayoría de los catalanes no quiere el catalanismo, porque comprende que el catalanismo es la ruina de Cataluña, además de tratarse de una cosa imposible. La aspiración de Cataluña, la aspiración de la inmensas mayoría de los catalanes estriba en querer una Administración honradas y una descentralización tal, que permita que sus organismos municipales y provinciales tengan tal libertad y tales facultades, que puedan intervenir en los asuntos que les son peculiares y administrar los intereses que les están encomendados, con entera independencia del Poder central, sin más intervención de éste, que aquella que al Estado corresponde para cuidar de que las leyes del reino se cumplan y que no se menoscaben los intereses generales del país.

Ese es el programa de la inmensa mayoría de Cataluña, y es el mismo que expresó aquí mi distinguido amigo y correligionario el Sr. Roig y Bregada, y también, en cierto modo, el Sr. Elías de Molíns y es el programa de todas las provincias de España, como lo es del Gobierno.

Me diréis: Pero si ese es el programa del Gobierno, ¿cuándo se va a realizar? Pues, Sres. Diputados, depende de vosotros. Porque yo considero tan urgente ese programa, creo de tan absoluta necesidad, no sólo quitar todo motivo, sino todo pretexto, a las aspiraciones y a las actitudes propensas a la desconfianza y al desorden, entiendo que es tan indispensable dar ya la satisfacción que se ha ofrecido a todas las provincias de España, que estoy dispuesto a realizarlo a la mayor brevedad, y si no fuera por la urgencia de los presupuestos, mañana mismo. (Risas y rumores en los bancos de las oposiciones - Varios Sres. Diputados de la mayoría: Sí, sí.) No creáis que esto es un artificio para la cuestión de presupuestos; digo que mañana mismo entraríamos en este debate; pero añado que así que pase la urgencia de los presupuestos, cuando quiera que concluya ese debate, el Gobierno se compromete solemnemente a tener abiertas las Cortes todo el tiempo que se necesite para dar cumplimiento a esta promesa. (Aplausos.)

Como base de discusión, el Gobierno ha presentado ya el proyecto de ley de una nueva organización municipal. En el Senado está. La Comisión encargada de dar dictamen, va a abrir una información para oír a todos los quieran llevar allí sus ideas y pensamientos, para la resolución de este importante problema; y allí se podrá modificar y corregir hasta que en él queden satisfechas las aspiraciones legítimas de las provincias todas, catalanas y no catalanas. Porque el Gobierno, en eso, no pone otro límite que el de conservar intacta y afirmar, a ser posible, cada día más, la integridad de la Nación.

Si las oposiciones nos quieren ayudar en nuestra tarea, tanto mejor; el problema será resuelto más pronto, y más pronto se dará satisfacción al país. Creo que las oposiciones nos ayudarán, puesto que se trata de una obra de verdadera pacificación, pero si no nos ayudaran en este camino, el Gobierno no desiste de sus propósitos, no desiste de su empeño, y procurará, aunque tropiece con mayores dificultades, resolver el problema, ayudado sólo por [1975] sus amigos, a cuya lealtad, de la que estoy cada vez más satisfecho y agradecido, no yo el cumplimiento de todos los compromisos que el partido liberal tiene contraídos ante las instituciones y ante el país, y que yo quiero cumplir porque considero su cumplimiento para el país como una obra de paz, y para el partido liberal como una deuda de honor. He concluido. (Prolongados aplausos)



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